Mi historia de recuperación

 
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Alerta de spoiler: esta historia tiene un desenlace muy esperanzador…

En junio de 2011 me lesioné la columna, el diagnóstico fue extrusión del disco L5-S1, y tenía afectación neurológica. El dolor era intolerable. No podía caminar, moverme, sentarme ni dormir. Fue progresivamente peor.

En abril de 2012, después de múltiples tratamientos fallidos, me operaron. El cirujano retiró el disco y colocó un espaciador interespinoso. Mi dolor neuropático se resolvió y con la rehabilitación recuperé reflejos, fuerza y rango de movimiento en la pierna, pero me descubrí experimentando dolor lumbar persistente, en conjunto con un dolor tipo pellizco con ciertos movimientos.

Durante año y medio reporté a mi ortopedista el dolor tipo pellizco e insistí en que algo no estaba bien. No me creyó. Me dijo una y otra vez que me acostumbrara a experimentar cierta incomodidad. Decidí consultar entonces a un neurocirujano. Nuevos estudios de imagen mostraron que el espaciador que me pusieron en la cirugía se había desplazado hacia el canal medular y estaba haciendo contacto con la médula, por eso sentía ese dolor tipo pellizco. Me operaron nuevamente en 2014 para retirar el espaciador. Una vez más, experimenté alivio del dolor neuropático pero el dolor lumbar persistió.

Para ese momento estaba evitando el ejercicio en casi todas sus formas, con excepción de caminar y nadar, puesto que parecía empeorar mi dolor. También había aprendido a evitar la mayoría de las situaciones que implicaban estar sentada por períodos largos. En 2016 renuncié a mi trabajo en la UNAM, y mi vida social se contraía cada vez más. En 2017, después de regresar de un viaje largo, el dolor se volvió incapacitante. Me diagnosticaron con otra hernia lumbar y me sometí a otro procedimiento quirúrgico, que a pesar de ser “mínimamente invasivo” fue increíblemente traumático. Experimenté muchos efectos adversos de los esteroides que me inyectaron, y en total pasé 3 meses en cama y 6 meses más en rehabilitación. Mi dolor no mejoró. Me diagnosticaron entonces con “disfunción de articulación sacroiliaca”, reportada como una condición común en personas que han sido sometidas a cirugía de columna.

Y había intentado todo (o por lo menos eso creía) — numerosos ciclos de terapia física y rehabilitación con diversos enfoques, medicamentos (Lyrica, Tradol, Arcoxia), cirugía, acupuntura, mindfulness, hidroterapia, osteopatía, psicoterapia, yoga terapéutica, suplementos, sesiones de sanación con un hombre medicina, temazcales, Reiki, masajes, lo que se te ocurra. Mi práctica de mindfulness y compasión me ayudó a vivir con el dolor, y mi práctica de yoga me ayudó a encontrar cierto alivio y comodidad en presencia del dolor. Las sesiones con el hombre medicina me ayudaron a sentirme plena y conectada, al igual que la acupuntura, pero las únicas intervenciones que me ayudaban a disminuir la intensidad del dolor eran la natación (siempre y cuando tuviera acceso a una alberca dos o tres veces por semana) y el aceite de CBD que descubrí en 2018. En conjunto hacían que el dolor fuera tolerable la mayor parte de los días, si bien tenía dolor casi todo el tiempo y el dolor me impedía dormir bien. Me resigné a vivir con dolor crónico e invertí mi energía en vivir lo mejor posible con esa realidad.

A lo largo de todos estos años, había logrado continuar mi práctica clínica y docente (con períodos de ausencia después de cada cirugía y re-agendando ocasionalmente la consulta cuando el dolor era demasiado intenso). Viajé, cociné e hice mi mejor esfuerzo por no perder mi vida frente al dolor. Era un equilibrio frágil que llegó a su fin con la pandemia. En marzo de 2020, cuando la ciudad de México entró en cierre de emergencia, dejé de tener acceso a la alberca y al aceite de CBD (que conseguía fuera de México cuando viajaba). Mi dolor empeoró de manera progresiva, hasta que para el verano estaba en cama.

Compartí mi desesperación con amigos cercanos. Tres amigas me recomendaron de manera independiente el mismo recurso: la app de Curable. Honestamente, no esperaba nada, pero pensé que no tenía nada que perder. Recuerdo que en uno de los primeros audios que escuché en la app, Laura Seago, co-fundadora de Curable, dijo algo así como “Tu escepticismo es bienvenido. Si supieras que podrías experimentar entre 10-30% de mejoría, ¿estarías dispuesta a intentarlo?”. Pensé que cualquier porcentaje de mejoría sería ganancia. Comencé a usar la app de manera más o menos consistente y al cabo de un mes estaba experimentando días libres de dolor. ¡No podía creerlo! Seguí practicando y decidí entrar a un grupo de Curable en octubre. Para diciembre, cuando concluyó el grupo, mi dolor había prácticamente desaparecido.

Hoy estoy libre de dolor, hago el ejercicio que quiero cuando quiero y lo disfruto. He viajado sin miedo de los asientos del avión y con la confianza de que puedo dormir en cualquier colchón sin necesidad de llevar mis almohadas en la maleta. Puedo sentarme en cualquier silla el tiempo que yo quiera y disfrutar nuevamente de conversaciones largas.

Tan maravilloso como es esto (incluso un poco mágico, si te soy franca), no puedo decirte que haya sido fácil o libre de tropiezos. La recuperación se sintió, durante un tiempo, como trabajo de tiempo completo — reentrenar a nuestro cerebro es muy difícil, si bien definitivamente más fácil y gratificante que manejar el dolor 24/7. A lo largo del proceso experimenté lo que se conoce como “explosiones de extinción” y exacerbaciones del dolor. Por un tiempo, el dolor regresaba durante algunas horas o un par de días en momentos de estrés o retos afectivos. La liberación del dolor requiere de un trabajo de identidad, y de soltar muchas cosas. También se trata de reconstruir nuestras vidas, y no puedo pretender que mi proceso de sanación haya terminado, pero tengo muchas más herramientas y me siento fuerte.

Honestamente nunca creí que esto sería posible para mí. ¿Qué ha implicado este proceso? Muchísimo apoyo de mi pareja, familia y amigos cercanos (incluyendo estar dispuestos a no preguntarme por mi dolor, quitándole atención), aprender acerca de la neurociencia del dolor, reentrenar a mi cerebro con múltiples estrategias incluyendo reevaluación cognitiva, rastreo somático, trabajo relacional y de límites, hacer trabajo profundo de sanación para las huellas de trauma en la infancia, continuar practicando meditación y yoga, exposición gradual al ejercicio, escritura terapéutica, apoyo de mi grupo de Curable, y cultivar deliberadamente gozo, gratitud y una experiencia de seguridad.

Uno de los más grandes desafíos para mí ha sido desaprender la creencia de que mi cuerpo estaba roto y de que estaba destinada a vivir con dolor para siempre. Varios médicos habían reforzado esa idea, repitiéndome una y otra vez que había tenido una lesión importante de columna y múltiples cirugías, y que nunca me recuperaría por completo. Fui increíblemente afortunada de encontrar un ortopedista que me dijo enfáticamente que mi cuerpo había sanado de la lesión y de las cirugías, y que mientras que ciertas cosas podrían doler o dar miedo (incluyendo el ejercicio o estar sentada mucho tiempo) no me iban a hacer daño.

Otro gran reto: aprender a darme permiso de decir sí o no a actividades, peticiones, expectativas, etc. (mías y de otros) sin depender de mi dolor como razón o excusa para hacer algo o no. Voy ganando habilidad en esto poco a poco ;)

¿Qué sigue? Quiero contribuir a que cada vez más personas a liberarse del dolor crónico, así que me certifiqué en diversos enfoques de reprocesamiento neural, incluyendo Terapia de Reprocesamiento de Dolor (Pain Reprocessing Therapy, PRT), Terapia de Conciencia y Expresión Emocional (Emotional Awareness and Expression Therapy, EAET), entre otros. Estos entrenamientos se suman a mi formación y experiencia como médica, psicoterapeuta y coach.

Mi deseo es que tú también puedas vivir libre de dolor y recuperar tu bienestar. Si así lo eliges, será un honor para mí acompañar tu proceso de sanación y recuperación.